“Cuando salieres a la guerra"... exclama y vuelve a exclamar la Torá.

“Cuando salieres a la guerra"... exclama y vuelve a exclamar la Torá.

 “Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos....", inmediatamente resalta las expresivas palabras de Rashi citando al Talmud:

"No se ha referido la Torá (en este caso) sino con respecto al mal instinto", es decir teniendo en cuenta que existe en el hombre un "mal instinto", el Ietzer Hara.

Estas pocas y pequeñas palabras merecen nuestra atención y concentración. La Torá que es     la mayor expresión de paz, que introdujo al mundo esta nueva idea, que inspiró a sus profetas     en sus visiones del "fin de los días": Ajarit Haiamim, cuando "No levantará pueblo sobre pueblo espada, y no se enseñará más la guerra" (Isaías II), la misma Torá se presenta ante nosotros y nos da imposiciones relativas a la guerra?. Más esta aparente contradicción abrirá ante nosotros la puerta para la comprensión de muchos trascendentales principios de la Torá y su exacto y certero análisis.

El ideal máximo de la Torá es la "paz", el Shalom. Según el Talmud Shalom es uno de los “atributos” de la Divinidad, un nombre sacro, y esto nos indica que nos hallamos frente a uno    de los ideales máximos de la Torá. La legislación hebrea posee un principio especial:

“מפני דרכי שלום"

"por causas de la paz y armonía", es decir que aún en la legislación la búsqueda de la paz es un motivo que lleva muchas veces a implantar o modificar otras leyes, y toda la vida privada judía se halla llena de la idea que los propios actos no pueden de ninguna manera perturbar la    armonía y la paz de la sociedad.

Los Nebiim dieron a esta idea su expresión universal y cosmopolita "No levantará pueblo sobre pueblo espada y no enseñarán más la guerra". Las artes bélicas dejarán de tener sentido, las espadas se trocarán en arados, pero esto según los profetas no basta, hay aún un segundo principio: “No enseñarán más la guerra". Aún en las naciones que no se hallan en guerra, la educación en todos sus aspectos incita a ella e inconvenientemente la causa y propaga. La historia, la geografía, las ciencias sociales, son vinculadas teniendo como fin inconsciente la sanguinaria lucha, la guerra y la destrucción, y todos hemos sido testigos como una educación militarista ha depravado a toda una generación y le ha convertido en una jauría de sedientas y sanguinarias fieras.

La Torá exige de nosotros no solamente la pacificación material, sino también y especialmente la espiritual, y es esta la que ha convertido al pueblo judío en el “pueblo elegido” de la historia.

Sin embargo la Torá nos impone también prescripciones referentes a la guerra, a la lucha, a los combates. Si la paz es el máximo ideal, hay momentos en que se nos impone el mandamiento de la guerra, es la Miljemet Mitzva, “el mandamiento de la guerra”. Hay religiones y doctrinas que impiden a sus creyentes la guerra, hay quienes quisieron separar a Ds' del César; es decir permanecen absolutamente neutral y pasivo frente a todo el problema de la guerra, pero no lo han conseguido y al contrario han caído ellos en la red de la sangre. Por el contrario la Torá nos impone el deber de la autodefensa y de la lucha por nuestros deberes y derechos.

Es triste tener que recurrir a la guerra, a la sangre, pero sin embargo hay instantes que esta es la única alternativa y a ella hay que recurrir. Y la Torá no quiere de ningún modo rehuir esto; si es que la guerra es necesaria, aun sobre ella debe legislar la Torá.

La huida del avestruz que separa a Ds' del César es indigna de ella, y si la guerra es necesaria, la guerra es un mandamiento,

Analizando las diversas disposiciones relativas a la guerra, observamos la que nos impide destrozar los árboles que se encuentran alrededor de la ciudad sitiada, la guerra no puede de ninguna manera significar destrucción. Aún en la guerra no se debe perder la conciencia del bien. Y sintomáticamente vemos esto en un pequeño detalle. Dos veces detienes la Torá sobre el problema de la guerra “Kitetze Lamiljama" (Debarim XX, 1 y XXI, 10). Y entre ellos hay una pequeña interrupción, en la cual se habla de la disposición de EGLA ARUFA:

"Cuando fuese hallado en la tierra que el Señor tu Ds' te dé para que la poseas, muerto echado en el campo, y no se supiera quien lo hirió… y los ancianos de aquella ciudad (la más cercana)...protestarán y dirán: “Nuestras manos no han derramado esta sangre, ni nuestros ojos la vieron”...(Debarim XXI)

La Torá nos habla de los preceptos de la guerra para repentinamente interrumpirlos y reanudarlos inmediatamente. Cuál es la causa de esta súbita interrupción y discontinuidad. Uno, de los Rabies Jasidicos expresó mientras sufría las consecuencias de la última guerra una emotiva e interesante explicación sobre esta paradoja. “Cuando salieres a la guerra"... exclama y vuelve a exclamar la Torá.

 Todos los magnos sentimientos del hombre son sofocados, y toda misericordia es aplacada. Que importa la vida del hombre en tales instantes. Sin embargo en medio de esa guerra, entre los “Kitetze”, nos ofrece la Torá una pequeña disposición. Si se encontrase un muerto en tu tierra, deberán los altos dignatarios exclamar: "No hemos derramado esta sangre”.

 Que importaría la vida del hombre entre las guerras. Cuando miles de inocentes caen masacrados por los diabólicos instrumentos de destrucción, que puede significar un muerto más, una víctima anónima hallada quien sabe dónde? Pero la Torá se rebela. No! La vida del hombre es sacra, y aún cuando este se halle rodeado por la muerte deberá luchar por la vida, y es tan sagrada la vida de un solo hombre como la de toda la humanidad entera.

En medio de la guerra, de la destrucción y de la masacre eleva la Torá su voz y exige que cada conciencia pueda decir: “Si es que he debido luchar esto ha sido únicamente por el “mal instinto”, a mi pesar, y “Yo no he derramado esta sangre”

Si la Parashá comienza con la paz universal, con la armonía entre las naciones, sigue la     Parasha con la armonía de la Sociedad, la obligación de ayudar a aquel que se encuentra en necesidad. Se suceden las Mitzvot sobre los diversos problemas sociales:

“Cuando dieres a tu prójimo alguna cosa emprestada, no entrarás en su casa para tomarle prenda. Fuera estarás y el hombre a quien proteste, te sacará afuera la prenda, y si fuere hombre pobre, no duermas con su prenda..." (XXXIV 10-12).

Esta es una de las principales Mitzvot y que más se han adentrado en el espíritu judío, la  Mitzva de “Gémilut-Jasadim”, de hacer el bien y justicia con el prójimo. Y la Torá dispone que en caso que llevare el prestamista prenda no pueda éste entrar a la casa del prestatario sino permanecer fuera, y esperar hasta que este se lo entregue.

Es difícil, casi imposible explicar las trascendencia de esta pequeña disposición, es la que salva la dignidad humana, nadie ni aún la justicia tiene derecho de entrar en la propiedad del prestatario y llevar de él una prenda, pues el prestatario de ninguna manera se convierte en un esclavo, en un ser de segunda categoría, sino que siempre conserva su auténtica dignidad de hombre y de judío.

Las exigencias de la Torá se traducen en la necesidad de imponer la justicia absoluta, en el que cada uno sea responsable por sus actos.

“No morirán padres por hijos, ni hijos morirán por padres, cada uno por su pecado morirá” (XXIV, 16)

Las antiguas legislaciones castigaban a los familiares o a los hijos por las culpas de los padres, en Roma los padres podían vender a sus hijos como esclavos, y en diversas naciones las sublevaciones se castigaban con una masacre familiar total. Las épocas modernas, si es que han iluminado en gran parte el sentido legal y formal de esta disposición, no ha extirpado su íntimo sentido y hasta en nuestras contemporáneas épocas sufren los hijos por las culpas de los padres. La Torá sin embargo proclama y vuelve a proclamar la autorresponsabilidad. Cada uno debe rendir cuenta únicamente de sus actos, "Cada hombre por su pecado morirá". Es esta la consecuencia del “libre albedrío", que había sido expuesto en los últimos capítulos.

Como siempre vemos que la legislación moral se halla unida a la social, y al lado de estas exigencias de alta moral, hallamos las leyes del obrero:

"No hagas agravio al jornalero pobre y menesteroso, así de tus hermanos como de tus extranjeros que están en tu tierra, en tus ciudades. En su día le darás su jornal y no se pondrá el sol sin dárselo, pues es pobre y con él sustenta su vida, que no clame contra ti al Señor, y sea en ti pecado” (XXIV - 14,15)

Generaciones y generaciones ha estado la humanidad luchando por este principio, el de la verdadera justicia, de no explotación del hombre por el hombre, y estos magnos ideales están condensados en este pequeño versículo: “Que no clame contra ti al Señor”, este hecho no tiene solamente un carácter social, sino altamente religioso, pues cualquier falta contra la ley, la moral y la justicia es un "pecado religioso", y significa el olvido de las eternas leyes divinas. Con estas leyes se reconocen los derechos de los desposeídos, todos en la sociedad son pues iguales

Si la primera disposición: “No morirán los hijos por el pecado de los padres” quitaba a la aristocracia, a los tiranos, a los déspotas la oportunidad de ejercer a su arbitrio, sus brutales disposiciones, estas últimas quitan de la plutocracia sus prerrogativas. No existen pues privilegiados y absolutamente todos, grandes y pequeños son iguales ante Ds' y por lo tanto ante la Torá y la Sociedad. Esta magna idea está representada en uno de los más magnos símbolos del judaísmo, el Talit.

Las vestimentas exteriores revelan las distintas diferencias entre las personas, en ellas se halla reflejada la riqueza y la pobreza. En la casa del Señor, en el Beth-Hakneset sin embargo todos deben vestirse el manto ritual, el Talit. No existen ya diferencias de ninguna clase ni categoría, y el Talit iguala y une a todos bajo un ideal, el ideal eterno y divino de la Torá.

 

 

 

 

 

 

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