¿Por qué Shaúl no renuncia al reinado? ¿Acaso se trata solamente de la búsqueda de honor? ¿O quizá simplemente cree que el pueblo de Israel lo necesita?
Resulta fácil, y hasta casi corresponde, juzgar a Shaúl, el perseguidor de David y hallarlo culpable por la búsqueda del honor, por los celos obsesivos y por su repulsivo rechazo a reconocer la realidad. Es fácil realizar una comparación entre Shaúl y los políticos contemporáneos, que a veces parece que se “apegan a su silla” y rehúsan renunciar al mando y al honor. Pero si observamos las relaciones entre Shaúl y David desde una mirada más amplia, y contemplamos a Shaúl, un hombre de la tribu de Biniamín, como el hijo de Rajel-y a David, hombre de la tribu de Iehudá, como el hijo de Leá. Rajel y Leá, ambas han constituido el pueblo de Israel, y cada una de ellas aporta a la construcción de la casa de Israel, una capa de otra clase. La casa de Israel no puede ser constituida, y no puede sobrevivir, sino a partir de una combinación de fuerzas especiales de ambas. Pero la diferencia entre ellas es esencial, y los hijos de cada una de ellas perciben el mundo, y el nexo con el Creador del mundo, de un modo totalmente diferente, al de los hijos de la otra.
Seguramente, entre los políticos contemporáneos también hay verdaderos idealistas, que quieren continuar en sus sillas y en sus cargos, no por el deseo del honor y el poder, sino porque creen que el Estado requiere de aquello que sólo ellos le pueden dar. No así, el rey Shaúl. Desde una mirada amplia, se refleja como aquel que realmente cree que el pueblo de Israel lo necesita y requiere de la fuerza Rajeliana, que sólo él, el hijo de Rajel, le puede conceder. Y parece que él lo quiere a David, pero no está dispuesto a entregar el liderazgo del pueblo de Israel, en manos del hijo de Leá.
Gentileza sitio 929