El castigo de un grosero

El castigo de un grosero

Nuestros Sabios de Bendita Memoria, en el Midrash Vaikrá Raba fragmento 16, contemplan el elemento de los “ojos altivos” como una de las causas de la lepra. Aquel que profundice en el texto, puede descubrir que el pecado de Naamán fue el del orgullo y tan solo luego de tornarse humilde, logró purificarse de su lepra.

El capítulo comienza con la descripción de Naamán, el jefe del ejército de Aram, que tenía lepra. ¿Cuál fue el pecado de Naamán, por el cual contrajo la lepra?-el texto no lo destaca explícitamente, pero aquel que profundice en los textos puede descubrir que su pecado surge por la grosería y “los ojos altivos”, y esto se pone de manifiesto en el comportamiento arrogante de Naamán hacia el profeta Elishá, quien desea curarlo de su lepra.

Luego de que debido a las circunstancias Naamán llega a la puerta de la casa de Elishá, el texto da cuenta y señala: “Naamán, pues, vino con sus caballos y su carro de guerra y se paró a la puerta de la casa de Elishá. Entonces Elishá le envió un mensajero, diciendo: "Anda, báñate siete veces en el Iardén, y tu carne volverá a ser pura” (versículos 9-10).

Presten atención a la tensión latente ya presente en el inicio del episodio entre Naamán y Elishá. Naamán llega como un “noble polaco” que se jacta de su carro y sus jinetes a la casa de Elishá, y espera que Elishá salga dócilmente a su encuentro y haga lo que se le ha encomendado. Esto queda muy claro a partir de sus palabras a continuación:” Mas Naamán estalló en ira, y se fue, diciendo: "He aquí que yo pensaba que seguramente él hubiera salido a recibirme, y que, puesto de pie, hubiera invocado el nombre del Señor, su Dios, y que, pasando su mano sobre la parte llagada, sanaría la lepra” (versículo 11). Es decir, no soy yo el que debe humillarse e ingresar a su casa, sino que él debe salir a mi encuentro y curarme.

Pero Elishá, quien con toda intención desea humillar el orgullo de Naamán, como condición para el proceso de curación, lo trata con un desprecio manifiesto y no se molesta en salir a su encuentro, sino que le manda ordenar sin ceremoniales ni modales: “Anda, báñate siete veces en el Iardén, y tu carne volverá a ser pura” (versículo 10). Esta instrucción lo enfurece mucho a Naamán y su grosería estalla con palabras soeces, no solo dirigidas a Elishá, sino hacia la Tierra de Israel y el modesto y escaso río Iardén: “¿Por ventura Avaná y Parpar, ríos de Damesek, no son mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podré yo acaso bañarme en ellos, y ser purificado?" Por lo cual volvió su rostro y se fue, ardiendo de ira” (versículo 12).

Tan solo más tarde, cuando Naamán se repone por el consejo de sus servidores y humilla su orgullo bañándose en las aguas del Iardén, en ese momento logra purificarse de su lepra. El arrepentimiento de Naamán y su abandono de la grosería y el orgullo, se percibe a partir de su actitud hacia Elishá tras su purificación: “Entonces se volvió con toda su comitiva al varón de Dios, entró, y se presentó delante de él...” (versículo 15). Naamán se presenta ante Elishá con sumisión, ya no como amo y señor sino como un siervo ante su amo, que sabe que ha fallado en el orgullo y en el desprecio hacia Elishá y hacia la Tierra de Israel y sus ríos.

Editado por el equipo del sitio de Tanaj, extraído de la serie “Meat Min Haor”, de ediciones Beit El en cooperación con el movimiento Orot.

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