En Daniel, Jananiá, Mishael y Azariá se cumplió el duro decreto que fue decretado sobre Jizkiá: "Y de entre tus hijos que procederán de ti... serán siervos en el palacio del rey de Bavel" (capítulo 39, versículo 7). A partir del examen de su carácter y acciones, se puede aprender sobre el destino de quien le toca ser siervo, eunuco, un destino sobre el cual habla el profeta Yeshaiahu en este capítulo.
El eunuco puede sumirse en tristeza y desesperación, pensando que no quedará ningún recuerdo suyo en el mundo, pero si logra conectar su vida con lo sagrado eterno, obtendrá un nombre eterno mejor que el de hijos e hijas. Y como dijo el profeta: "Y que no diga: He aquí, que yo soy un árbol seco. Porque así dice el Señor: En cuanto a los eunucos que guardan Mis sábados, y escogen las cosas en que Yo Me complazco, y se esfuerzan en (cumplir) Mi pacto. Yo les daré en Mi casa, y dentro de Mis muros, memorial y nombre mejor que el de hijos e hijas: les daré un nombre eterno que nunca (les) será quitado" (versículos 3-5).
Mientras existan pecados en el mundo, habrá muerte y diversas enfermedades, y cuando el mundo se corrija de todos sus pecados, también se curarán todas sus dolencias. Ciertos pecados provocan especialmente la condición de eunuco, uno de ellos es el daño al honor de Israel y el Templo. Tal como estudiamos, después del gran milagro que le sucedió al rey Jizkiahu, vinieron a él los emisarios del rey de Bavel, y en lugar de acercarlos a la fe, pecó con orgullo y adulación y les mostró todos sus tesoros y los tesoros del Templo. El profeta le dijo: " Y de entre tus hijos, que procederán de ti, a quienes tú engendrares, llevarán a algunos que serán siervos en el palacio del rey de Bavel" (39:7).
Dijeron los sabios que en Daniel, Jananiá, Mishael y Azariá, descendientes del rey Jizkiahu, se cumplió esta dura profecía. Siendo aún niños, fueron separados de su familia y su pueblo, y llevados al palacio del rey Nevujadnetzar para servirle como sirvientes y consejeros, y en ese proceso también fueron castrados (Sanhedrin 93b; Pirkei de Rabí Eliezer 51). A partir del examen de su carácter y acciones, se puede aprender sobre el destino de quien le toca ser eunuco.
Después de que el rey Nevujadnetzar trajera a los cuatro niños a su ciudad, ordenó que les dieran de comer de su mesa y les enseñaran el idioma de los caldeos y su cultura para asimilarlos. Pero ellos se esforzaron con dedicación por conservar su fe, y como la carne era no kosher, se abstuvieron de comerla, y durante años se alimentaron de legumbres. Si el rey hubiera sabido que habían desobedecido su orden, los habría mandado ejecutar, pero Daniel y sus compañeros estaban dispuestos a entregar su vida por esto.
Durante los años de su exilio en el palacio real, los ejércitos de Nevujadnetzar destruyeron el Beit HaMikdash, el Gran Templo y llevaron a Israel al exilio en Bavel. Pero Daniel y sus compañeros, que ya habían sido nombrados altos funcionarios, no perdieron su fe. Años después, cuando el reino de Bavel cayó y Dariavesh (Darío), rey de Madai (Media), decretó que solo se rezara a él, Daniel continuó rezando a Dios, y cuando fue atrapado, fue arrojado al foso de los leones, y Dios lo salvó milagrosamente (Daniel, capítulo 6).
Y aunque Daniel se convirtió en eunuco, no se aisló en tristeza, sino que los sabios dijeron (Avot deRabi Natan 4): "Encontramos en Daniel, el hombre de los deseos, que se ocupaba en actos de bondad... Preparaba y alegraba a la novia, acompañaba al muerto, daba una moneda al pobre y rezaba tres veces al día, y su oración era aceptada favorablemente".
Volvamos a los días del gobierno babilónico. El pueblo estaba entonces en una dura crisis. Un reino de maldad dominaba el mundo, el Beit HaMikdash, el Gran Templo había sido destruido, el pueblo había sido exiliado de su tierra, y parecía no haber más esperanza para la fe de Israel. Como consecuencia de ello, muchos de los exiliados abandonaron el camino de la Torá y los mandamientos, creyendo que de todos modos se asimilarían entre los no judíos en una o dos generaciones. Y he aquí que Nevujadnetzar decidió erigir una gran estatua de oro, que representara la fuerza de su reino y su dominio, y estableció una fecha para una ceremonia impresionante en la que todos se prosternarían ante su estatua. Aparentemente, entre los que se postraban había muchos judíos. Incluso Jananiá, Mishael y Azariá, que eran funcionarios jerárquicos en el palacio de Nevujadnetzar, podrían haber encontrado una justificación para postrarse, argumentando que no se trataba de una idolatría completa (según la opinión de Rabenu Tam). Sin embargo, como la estatua aparentaba ser idolatría, acordaron arrojarse al horno ardiente antes que postrarse y profanar el nombre de Dios públicamente, y se les hizo un gran milagro y no fueron quemados, y el nombre de Dios fue santificado ante los ojos de todo Israel y los miembros de pueblos no judíos. (Daniel no estaba allí en ese momento, como se explica en Sanhedrin 93a).
Dijeron los Sabios (Sanhedrin 93a) sobre ese período oscuro, en el que Israel olvidó su fe y su herencia y se postró ante la estatua: "Dios quería convertir todo el mundo en noche... y en sangre... pero cuando miró a Jananiá, Mishael y Azariá, su mente se serenó". En mérito a ellos, Israel recordó su pacto con Dios, regresó a su tierra, construyó el Beit HaMikdashh, el Gran Templo y las murallas de Ierushalaim.
Extraído del libro “Pninei Halajá”-La alegría del Templo y su bendición.
Cortesía sitio 929.