Es más fácil entender los sentimientos la tristeza por dejar la tierra de los antepasados como sucede con todos los migrantes, pero ¿por qué temer allí, en la nueva tierra de promisión? Yaakov no las tenía todas consigo frente a esos brazos abiertos de bienvenida que le había preparado Paró. Tal recepción podría poner a la familia en peligro.
Yaakov temía la influencia espiritual que vendría acompañada con las comodidades de Mitzraim y por la portentosa cultura y abundancia de bienes materiales de las que todo el orbe conocido no pronunciaba sino elogios. Lo que hizo Yaakov para alejar el peligro de la asimilación, fue destacar las peculiaridades de su familia en boca de su hijo Yosef:
Entonces Yosef dijo a sus hermanos y a la casa de su padre: “Déjenme subir y presentar informe a Paró y decirle: ‘Mis hermanos y la casa de mi padre, que estaban en la tierra de Canaán, han venido acá a mí. Y los hombres son pastores, porque se hicieron ganaderos; y sus rebaños y sus vacadas y todo cuanto tienen lo han traído acá’.Y lo que tiene que suceder es que cuando Paró los llame y realmente les diga: ‘¿Cuáles su ocupación?’, tienen que decir: ‘Tus siervos hemos continuado siendo ganaderos desde nuestra juventud hasta ahora, tanto nosotros como nuestros antepasados’, a fin de que moren en la tierra de Goshén, porque todo pastor de ovejas es cosa detestable a Mitzraim” (Ibíd. 46:30-34)
Pese a ser una profesión tan poco prestigiosa ante la élite egipcia, Yaakov y Yosef la usaron como escudo,impidieron que su familia la abandonara, y la convirtieron en su orgullo.
Pero, el tema no fue el trabajo ni la profesión, sino la identidad.
Yaakov quería evitar a toda costa la pérdida de identidad que acompaña a los cambios de los lugares de residencia y convertirse en una minoría fácilmente impresionable por los valores de la mayoría.
No quedaba más remedio que adoptar un sistema que impidiera la asimilación durante la historia: no adorar sus ídolos, mantener sus nombres de origen, defender su idioma, cuidar sus vestimentas.
Así se pudo cumplir lo prometido por Dios:
“Yo mismo bajaré contigo a Mitzraim y yo mismo te haré subir también; y Yosef pondrá su mano sobre tus ojos”(Ibíd. 46:4).
Cuando se guardan las tradiciones, Dios mismo está presente y hace que no haya esclavitud que no se pueda abolir, ni identidad que se pueda perder.
En esas condiciones desaparecen los temores.