“Y cuando Faraón envió al pueblo, y no los trasladó .A. por el camino de la tierra de los filisteos, porque estaba cerca, pues dijo .A.: quizás se arrepienta el pueblo al ver guerra y regrese a Egipto. … Y armados ascendieron los hijos de Israel de la tierra de Egipto. Y tomó Moshé consigo los huesos de Yosef, el cual había juramentado a los hijos de Israel diciendo: “Ciertamente les recordará .A. y harán subir mis huesos de aquí con ustedes” (Shemot 13:17-19).
Los seres humanos, compartimos con los animales muchos sentimientos, entre ellos el miedo. Vivimos envueltos en temores. Algunos se deben a amenazas reales. Otros, son irracionales. Muchos de ellos se deben a factores incontrolables. Estamos rodeados de fantasmas que por más que sepamos conscientemente que sólo son espectros y sombras, no los podemos alejar. De ser un estímulo para nuestra defensa, a veces se convierten en una verdadera tortura paralizante.
Los tres versículos citados de la parashá de esta semana, nos llevan ante nuestros antepasados, que habían visto los prodigios del Éxodo, e iban armados cuando salieron de la esclavitud. Con sus armas, hubieran podido protegerse de sus enemigos. Pero, .A. entendió que debía conducirles por largas y complicadas rutas, no sea que ante la primera batalla se asusten y regresen a la esclavitud, de la cual habían salido hacía tan poco tiempo.
Llevaban sus armas, pero, se sentían desamparados e indefensos.
Eran las mismas personas, que habían visto desaparecer en las profundidades el mar al ejército más poderoso de la zona, sin que perdieran ni una persona. Que habían estado presentes durante las plagas. Todo ello no fue suficiente para brindarles confianza.
La cercanía de los dos versículos parece desear enseñarnos algo muy importante y difícil de entender. Y por si ello fuera poco, el tercero nos relata que Moshé tomó los huesos de Yosef y los llevó consigo, durante esa epopeya como si no tuviera suficiente labor frente a sí.
Esos esclavos redimidos no habían podido sacarse de encima los resabios de su estado de inferioridad. Su espíritu estaba tan bajo que ni siquiera los milagros y las maravillas de los que eran más que conscientes, podían ayudarles a superar sus suspicacias y desconfianza. Sus acorazados, sus lanzas, sus escudos, y toda la parafernalia que llevaban jamushim –armados-, no conseguían fortalecer sus corazones. Eran débiles de espíritu. .A. comprobaba de qué manera quienes estuvieron tan cerca de la Revelación, no fueron capaces de entenderla, de asimilarla. Que la fe no tenía nada que ver con la comprobación de las maravillas y las señales. Esos ex esclavos no podían independizarse para presentarse libres ante Él. Pero, igualmente los amaba y los comprendía, por eso, en lugar de renegar de ellos, decidió llevarles por un largo camino para que pudieran por si mismos llegar a la certidumbre que alguien superior lucharía por ellos.
Esa generación no podía luchar porque carecía, de todo lo que el profeta Zejariá (4:6) había planteado a Zerubavel, no tenía espíritu, por eso su ejército, y su fuerza, de nada servirían.
Si quisiéramos explicar nuestros éxitos y nuestros fracasos, nuevos temores y nuestras frustraciones, encontraríamos en estos versículos una respuesta contundente. Subir armados no sirve para abandonar los temores, tener la mejor aviación del mundo no es suficiente para derrotar a quienes se esconden en escondrijos.
El dinero, esa arma de otros débiles, o el poder político, no son suficientes.
¿Qué le queda a esa generación para poder triunfar y llegar a la Tierra Prometida?
¿Qué nos queda a nosotros, que fuimos también testigos de otros milagros, en el inicio de la redención nacional que vivimos? Testigos de infinidad de sucesos que pasamos en la vida conducidos por la mano de la Providencia.
¿Qué solución podemos aspirar?
La respuesta está en el tercer versículo. En Moshé. En el líder. En el maestro. En quien ve los detalles. En el humilde.
Moshé no abandona el cadáver de Yosef. Tiene infinidad de obligaciones pero no renuncia al compromiso que el pueblo adquiriera. Yosef había anunciado que .A. aparecería y que su presencia podría ayudar. El conocía a sus hermanos.
Moshé lleva consigo el ejemplo del tzadik y con su osamenta les dice a toda su generación que pueden emprender camino, hay quien los elevará, si saben interpretar que aún después de muerto quería llegar a reposar en Israel. Moshé enseña que no se dejan cadáveres en el camino. Que se cumple con la palabra empeñada y si los restos de Yosef habían llegado hasta allí, iban a llegar al destino exigido.
Moshé recurre a ese mandato del espíritu. Él sabe que la fe regresa a veces por pequeños actos.
Los huesos de Yosef son más poderosos que todos los armamentos que lleva el pueblo, tal como poéticamente dijeron nuestros sabios en Yalkut Tehilim, sobre el versículo “El mar lo vio, y huyó”, preguntando ¿qué vio el mar que lo hizo huir? – los huesos de Yosef. Las aguas tormentosas se no pueden imponerse ante el espíritu.
El temor del individuo se supera aplicando la receta del profeta Irmiahu (17:7) “¡Bendito el hombre que confía en .A., y .A. será su confianza!”, cuando la persona tiene fe en .A., fe plena, total, tendrá como premio la fuerza, la seguridad, la vida, la salud, la felicidad, la integridad que sólo .A. puede brindarle.