El mandamiento de la Torá según el cual se debe castigar al asesino con todo rigor, no está fundamentado en que de ese modo se minimiza el crimen y se disuade a otros. Los versículos hacen referencia a la aplicación de justicia. Los criminales deben ser castigados y el antiguo principio ético de “sangre por sangre” tiene asidero.
En el mundo moderno, se acostumbra a enfatizar que el objetivo de la condena es el impedimento, alejar al criminal de la posibilidad de reincidir, y la disuasión a otros potenciales criminales. Este enfoque está basado en las fuentes del judaísmo. El Rambam (Moré Nevujim, Guía de los Perplejos, parte III, capítulo 41), destaca también él la disuasión como un criterio central en la pena. También el Rab Kuk proclama que “el juicio no tiene fines de vengarnos del peor pecador, sino sólo para establecer una valla que impida la expansión del mal” (“Taamei Hamitzvot”, Nitzanei Eretz 12).
Efectivamente, el hecho de aplicar la justicia en el mundo, es generalmente la misión de Dios, y no la nuestra. Incluso cuando no castiguemos en absoluto a los delincuentes, es una constante, que Dios se encargará de darles su paga por el mal que cometieron. Nosotros aplicamos penas a fin de que el mundo sea mejor, y no para que el mundo sea más justo. Pero hay sitios en los cuales Dios nos hace partícipes de la aplicación de justicia en el mundo. En contraste con el auge del enfoque post-moderno, creemos que en el mundo hay una verdad absoluta, y que Dios se encarga de plasmarla en el mundo.
En el capítulo 35 se relata que Dios les ordena a los hijos de Israel sobre las leyes relacionadas con aquel que mata intencionalmente y de aquel que lo hace en forma involuntaria. Como lo manifestara Rabí Shimshon Rafael Hirsch (34), el cumplimiento de las leyes del asesino es la primera consigna para todos en el momento de conquistar la tierra. En este contexto, la Torá establece contundentemente: “Pero no habrán de tomar rescate por la vida del asesino que es condenado a morir, pues morir habrá de ser muerto…y no habrán de mancillar la tierra en la cual ustedes están, ya que la sangre mancillará la tierra, y para la tierra no habrá expiación, por causa de la sangre que ha sido derramada en ella, solamente con la sangre del que la ha derramado” (Versículos 31-33)
Dios no adopta fundamentos sociológicos o criminológicos. Los versículos no nos explican que la condena es imprescindible a fin de reducir el crimen y disuadir a futuros delincuentes. La Torá proclama de manera inequívoca la vigencia moral del antiguo principio de “sangre por sangre”. Por cierto, existen múltiples limitaciones para que este principio se concrete plenamente. Pero el principio básico se mantiene firme: los delincuentes deben ser castigados. Y no sólo por la disuasión, sino por la justicia. A diferencia de lo que se acostumbra a pensar en la sociedad post-moderna, justicia no es una mala palabra.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj del libro "Perashot" publicado por "Maaliot".