El hombre egocéntrico se imagina que el mundo entero fue creado para servirle, y ve a los otros como una herramienta para mejorar su situación. A diferencia de ello, aquel que internalizó la idea de que él no es mejor que los demás, no se aprovechará de ellos, sino que habrá de comprender que debe ayudarlos.
A primera vista, el tema de nuestro capítulo son los preceptos del hombre para con su prójimo y el sentido apropiado del día de ayuno. No obstante, en la raíz del asunto el problema espiritual central que aborda el capítulo es el orgullo, y el egocentrismo que se desprende de él. La observancia de los preceptos entre la persona y Dios y el dejar de lado los preceptos para con el prójimo no es sola hipocresía, sino que incluso da cuenta de que también los preceptos entre la persona y Dios son realizados a partir del deseo de beneficio propio.
Así también se infiere del argumento: “¿Por qué, (dicen ellos) hemos ayunado, y Tú no ves? ¿Por qué hemos afligido nuestra alma, y Tú (nos) desatiendes? (versículo 3). Los que plantean este argumento contemplan la observancia de los preceptos entre la persona y Dios como un medio para avanzar y mejorar su posición, y por consiguiente, la queja de ellos es que los preceptos no son productivos. En otras palabras, la persona se coloca a sí misma en el centro y no lo coloca a Dios. La persona es el ente importante, y para ella hay que observar preceptos, mientras que Dios tiene que servirle y beneficiarlo.
Este punto se vuelve a poner de manifiesto en relaciؚón a los preceptos entre el hombre y su prójimo. Comprender el valor de la importancia de la observancia de los preceptos entre la persona y su prójimo está supeditado al reconocimiento de que la persona no está en el centro del mundo, y que no es major que los demás. El hombre egocéntrico se imagina que el mundo entero fue creado para servirle, y ve a los otros como una herramienta para mejorar su situación. A diferencia de ello, aquel que internalizó la idea de que él no es mejor que los demás, no se aprovechará de ellos, sino que, por el contrario, habrá de comprender que debe ayudarlos. Dicha ayuda puede provenir del altruismo, del que desea beneficiar al prójimo y compensarlo con actos de bondad, o a partir de móviles más utilitarios. De una manera u otra, todo aquel que no contempla su existencia como si fuera todo, aspirará observar los preceptos entre la persona y su prójimo, mientras que el que está sumido en sí mismo las habrá de anular.
Este punto encuentra una expresión significativa en el precepto de la Tzedaká, la justicia social, en el cual se focaliza nuestro capítulo. Por un lado, el precepto de Tzedaká le es impuesto a la persona debido al deber de ayudar al débil. Desde ese aspecto, es un precepto que llega al mundo a partir de la necesidad humana del necesitado y la responsabilidad que recae en los fuertes de la sociedad de ayudar a los débiles. Por otro lado, en el precepto de Tzedaká hay otra dimensión, en la cual el dador se halla en el centro de la imagen. El propósito del precepto no es solamente la ayuda al pobre y el hecho de alcanzar el objetivo de “que viva tu hermano contigo”, sino también que sean arraigadas las buenas virtudes en el alma del dador.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj
Cortesía sitio VBM de la Academia Rabínica “Har Etzion”.