El reino de Iehudá pasó por muchas turbulencias y he aquí que hacia su final surge un rey en la Casa de Iehudá que restituye la gloria al reino, al igual que una vela cuya llama se Eleva, antes de apagarse.
Menashé y Amón hicieron el mal y provocaron que Israel pecara, y el pueblo quedó sumido en la pendiente hacia el abismo del exilio. Por ellos fue proclamado el decreto de la destrucción de Ierushalaim. Pero así como la llama de la vela arde y se eleva antes de consumirse y apagarse, del mismo modo, asomó a último momento el hijo y el nieto, Yoshiahu, como una figura singular, pura y ejemplar: “E hizo lo recto a los ojos del Señor, y anduvo en todo el camino de David, su antepasado, sin apartarse ni a derecha ni a izquierda” (Melajim II, capítulo 22, versículo 2, y también en Divrei Haiamim II, capítulo 34, versículo 2).
También desde el punto de vista politico, en la época de Yoshiahu se generó un desarrollo fundamental que abrió nuevos horizontes para Israel. Cuando llegó al poder, Ashur (Asiria) era una potencia fuerte y estaba encabezada por Ashurbanipal. Al inicio de su trayectoria Ashurbanipal fue muy enérgico y un gran conquistador, pero en el final de sus días se revelaron algunas grietas en su reinado, y tras su muerte se desmoronó el reino de sus herederos. Dicha debilidad fue aprovechada por los pueblos de la región, y Yoshiahu tampoco se involucró. Aprovechó la debilidad de Ashur y Egipto para ampliar las fronteras de Iehudá, y logró restituir a Israel las ciudades del reino del norte que se convirtieron en provincias asirias. Por un momento pareció que se generó una oportunidad de restituir la gloria de Israel y volver a los días gloriosos de los reinados de David y Shlomó.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj, extraído del libro “Mikdash Melej-Iyunim beSefer Melajim”, de ediciones Midreshet HaGolán.